Tradiciones mexicanas

Friday, November 17, 2006

Corpus Christi



La fiesta del Corpus se remonta al siglo XIII. La instituyó para su diócesis, en 1242, el obispo de Lieja, pasa a la Nueva España, donde hasta la segunda mitad del siglo diecinueve la festejaban todas las autoridades civiles, militares y religiosas, participando, pero no obstante, quedaron firmes en el arraigo popular.

Es el pueblo quien, en muchas ocasiones sin saber a ciencia cierta el por qué, continúan sosteniendo las tradiciones, cumpliendo fielmente con cada rito y cada ceremonia; es razón suficiente el que sus antepasados lo hayan hecho para que perseveren en ellas.

Los prehispánicos en sus ritos paganos, llevaban ofrendas a sus dioses, para que les propiciaran buenas cosechas. Dentro de las celebraciones del cristianismo al que fueron convertidos quedaron y quedan ciertos elementos de sabor ancestral. Uno de ellos las ofrendas de flores y frutas llevadas a la iglesia, junto, incluso, con los instrumentos de labranza y hasta los animales de tiro, acercados allí para ser bendecidos. Las remotas costumbres suelen sobrevivir intactas o parciales. Las relativas al Jueves de Corpus, hoy han quedado reducidas casi solamente, a llevar a niñas y niños pequeños, ataviados como inditos, rememorando tal vez, a los indígenas que asistían al templo en esa fecha, para implorar ayuda para sí y sus animales.

Los pantaloncitos y la camisa bordada en brillantes colores, o las falditas bordadas acompañadas de un reboso, que van a ser el básico atuendo de los chiquitines, los diminutos huaraches y el complemento indispensable del pequeño huacal y el sombrero de petate, los niños pequeños van a quedar convertidos en graciosos inditos. Las niñas con sus trenzas restiradas y entretejidas con estambres convertidas en gentiles inditas, al cuello lucen sartas de collares, llevan en la mano frágiles jaulitas o canastas donde pían desconsolados pollitos recién nacidos, que, merced al ajetreo del día, apenas sobreviven.

Si esta fiesta en todos lados de México se ve iluminada con el colorido del folklore mencionado, cabe destacar el especial lucimiento que presenta la catedral metropolitana. El inmenso atrio acoge esa multitud de niños, fieles y curiosos que se arremolinan a las entradas, y al repique de campanas salen volando de las torres, bancadas de palomas.


Entre los múltiples vendedores ambulantes, destacan los de los puestos de mulitas, las hay de todos tamaños, la mayor parte con sus cuerpos y patas de carrizo; pero también hay mulitas de barro y de vidrio, con huacales rebosantes de estilizadas frutas. Son particularmente populares las mulitas miniatura, prodigio de curiosidad y paciencia, montadas sobre un alfiler. ¿Y cuál es el origen de estas simpáticas mulitas? Tal vez arranque del recuerdo de las jornadas de los arrieros, que transitaban con sus recuas por toda la República, llevando las más diferentes cargas en calidad de primicias, para entregar a sus parroquia; depositaban allí los costales de maíz o de chiles, o quizás algún rosado lechoncito. Y una vez cumplido su compromiso, recibían una especial bendición para sus futuras cosechas.

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